Cuando San Luis fue en busca de dátiles al desierto de Medio Oriente

lg1

En 1952, en una sala céntrica de San Luis, se proyectó en privado una película singular: las imágenes, tomadas por una cámara aficionada, relataban la travesía de una comisión técnica del gobierno de San Luis al Medio Oriente. El objetivo del viaje era tan audaz como inusual: traer palmeras datileras (Phoenix dactylifera) para cultivarlas en el norte puntano.

 

La iniciativa había sido impulsada por el entonces gobernador Ricardo Zavala Ortiz, con el respaldo del ministro de Hacienda Marcial Rodríguez y de quien más tarde sería gobernador, Víctor Endeiza. Al frente de la comisión viajera se encontraba el ingeniero Eduardo Julve, especialista en palmeras, acompañado por jóvenes técnicos como Eleodoro Miranda, Ariel Urio y Orlando «Cototo» Rodríguez.

 

La historia fílmica puede leerse en un artículo publicado el 2 de diciembre de 1952 en el periódico El Centinela, editado en Villa Mercedes, cuya copia del Archivo Histórico de San Luis compartió con este medio el historiador puntano Santiago Rovera.

 

La película, aunque técnicamente rudimentaria, deslumbró por el contenido: mostraba ruinas de Babilonia, las calles de Bagdad, el inabarcable desierto arábigo y los modos de vida de pueblos que habitan regiones milenarias. Pero también reflejaba las dificultades enfrentadas por la comisión para llegar hasta las plantaciones y seleccionar los ejemplares más aptos para el proyecto. Los dátiles fueron trasladados a Argentina en condiciones muy controladas, incluso en invernáculos de vidrio.

 

Durante la proyección, el ministro Rodríguez elogió “la labor cumplida por la comisión de las fundadas esperanzas”, destacando la apuesta del gobierno por la innovación productiva. El ingeniero Julve, por su parte, reconoció las limitaciones técnicas del film, pero resaltó su valor testimonial: “Ella mostraría a los presentes algunos aspectos de las regiones donde se cultiva la conocida especie de palmera que se está aclimatando en nuestras zonas más convenientes”.

 

El resultado concreto de esta epopeya fue la creación del Centro Experimental “El Datilero”, que se inauguró el 1 de julio de 1951 en Quines, sobre la actual Ruta 20. El predio contaba con heliómetro, pluviómetro, cámaras de maduración, sistemas de riego, áreas de huertas y experimentación. En su apogeo, empleó a unas 70 personas que trabajaban con palmeras, hortalizas y frutales. Los frutos cosechados se distribuían entre obreros, escuelas y vecinos.

 

Sin embargo, el sueño enfrentó obstáculos. El clima puntano no permitió la maduración natural de los dátiles, lo que obligaba al uso de métodos artificiales. La transferencia del ingeniero Julve, sumada a los cambios políticos tras el golpe de 1955, dejó al proyecto sin el apoyo necesario y, con el tiempo, fue abandonado.

 

Hoy, lo que queda de aquella gesta son las palmeras que aún se alinean junto a la ruta, testigos silenciosos de un proyecto pionero que intentó, con audacia y visión, adaptar un frutal desértico al suelo argentino. A través de publicaciones de medios e historiadores locales, la memoria de «El Datilero» sigue viva como símbolo del potencial productivo y científico de San Luis.

 

La Ruta de la Seda

 

Coincidentemente, el mismo día y en la misma página, el periódico villamercedino reflejó el creciente interés regional por el desarrollo de la industria de la seda. San Luis y Mendoza avanzaban a principio de los 50 con proyectos que podrían posicionarlas como referentes en el país y en el mercado internacional.

 

El desarrollo de la industria sericícola, la cría del gusano de seda y su industrialización, comenzaba a tomar fuerza en Cuyo. En Mendoza, el Instituto de Investigaciones Económicas y Tecnológicas destacó en esa época que las condiciones climáticas, sumadas a la abundancia de moreras, ofrecían un escenario propicio para el establecimiento de esta actividad.

 

Paralelamente, el gobierno de San Luis avanzaba de manera decidida en la implementación de un polo sericícola en el norte provincial. Según informó el periódico de Villa Mercedes, en 1952 ya se habían contratado dos expertos que tendrían a su cargo los estudios técnicos preliminares para desarrollar una guía mecanizada en San Francisco del Monte de Oro.

 

A esta iniciativa se sumaba la aprobación de un contrato con una firma italiana, especializada en tecnología sericícola, que se encargaría de instalar maquinaria de última generación destinada a la producción de seda natural.

 

“Con una producción en escala, San Luis y Mendoza podrían acceder rápidamente a un mercado interno insatisfecho y, a mediano plazo, transformarse en zonas exportadoras. Tal como el Chaco consolidó su liderazgo en la producción de algodón, ambas provincias cuyanas podrían erigirse como emporios de la seda natural y su correspondiente industrialización”, valoró la publicación.

 

Fuente: Infomerlo